domingo, 27 de enero de 2013

Pequeña.

Era taan achuchable.

Después de varias clases de lengua en las que no he sido capaz de escribir, porque me emocionaba sólo de recordarlo, estoy tranquila en casa escribiendo, por fin. Digo clases de lengua, porque son máaas aburridas... Enserio. Y soy incapaz de prestar atención, aunque ponga todas mis ganas, no puedo. Por lo tanto paso los 50 minutos de la clase escribiendo, o haciendo algo de utilidad.
Quería contar unos pequeños pasajes de la extraordinaria vida de una pequeña, y es que no sé si debo contar ciertas cosas, así que disculpad si por no especificar no se entiende del todo la historia.
Situémonos primero.
Es una pequeña y muy traviesa, de cinco años bien cumplidos, muy activa y espabilada, sin miedo a nada, pero limitada por un hecho que programó su vida desde casi antes de nacer -no es ninguna enfermedad, todo lo que puedo decir-.
Cuando tan solo era un bebé tuve la suerte de pasar unos meses con ella. Ya me conquistó entonces, con esa sonrisa que le achinaba los ojos y le iluminaba la cara. Era realmente encantadora, y supongo que entendéis de lo que hablo, todos hemos tenido un bebé en brazo que nos a encandilado, y quien no, pues ya le llegará ese momento. También me encantaba cuando ponía los ojos como platos cuando le hablaba o le cantaba. Y cuando babeaba. Y esos mofletitos. Era taan achuchable.
Pero, por desgracia, tuvo que hacer un largo viaje del que ya no volvería hasta a saber cuando. Lo único que sabía de ella era la información que me daban diferentes familiares suyos con los que me ponía en contacto. Pero yo no quería información, yo quería ver a esa pequeña, saber qué tal le iba, oírla, ver como había ido creciendo según iban pasando los años.
Mi oportunidad llegó cinco años después. Ya la echaba de menos, aunque no tanto como la añoro ahora.

Me dio la bienvenida con toda su alegría y su arte. Estaba enorme. Tenía el pelo por los hombros con un quiqui arriba. Vestía unos vaqueros por las rodillas y una camiseta blanca con algún dibujo que no reconocí y unas graciosas pulseras. En las brazos sostenía a su hermano pequeño, de un mes. Parecía poco seguro en sus brazos, y de hecho sé que a sus padres no le gustaba que lo tuviese en brazos, pero estaban ocupados y era su abuela la que le había dejado sostenerlo un ratito y la que la vigilaba a menos de dos centímetros de distancia mientras ella estaba toda orgullosa de sí misma.
Cuando me vio aparecer rápidamente le entregó al pequeño de la casa a la abuela y corrió a por mi. Todos me esperaban, aunque no se acordaban ya de mi, pero yo sí de ellos. Y me hicieron un recibimiento muy acogedor, todos, pero sobre todo no olvidaré la imagen de la pequeña y de su hermana mayor en ese momento.
Desde este primer día a las lágrimas finales creo que he pasado de los mejores momentos de mi vida. Son de esos días que darías todo por volver el tiempo atrás, pero como no puedes, te dejas vencer por los recuerdos... y bueno, unos días sonríes porque pasó, otros deseas que vuelvan, y siempre los echas de menos.
-Seguiré en otro momento.-


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